La Sierra Sur es la región que encabeza los decomisos de Amapola en Oaxaca. En su geografía se encuentran los diez municipios con el mayor número de sembradíos erradicados en los últimos cinco años, con mil 628 hectáreas según datos del Ejército mexicano. Autoridades comunitarias reconocen la actividad, y han denunciado que muchos conflictos sociales son cortinas de humo por el control de la siembra y cosecha de la goma de opio.
Miguel Ángel Maya Alonso
Y duerme y se levanta, de noche y de día,
y la semilla brota y crece
sin que él sepa cómo.
Marcos 4:27
Miahuatlán de Porfirio Díaz, Oax.– La neblina cubre las lomas hasta donde la vista alcanza. Bajo el manto blanco, árboles fueron talados, algunos para aprovechar su madera, otros para dar paso a los cultivos. Las espigas de maíz embellecen los sembradíos al mismo tiempo que los ejotes empujan a las plantas de frijol hacia el suelo. Un campo con flores rojas se esconde tras unas montañas, es amapola.
Desde la cima del cerro, los contrastes son evidentes en la Sierra Sur de Oaxaca, donde convergen la riqueza en recursos naturales y la miseria de la población, que habita las laderas en chozas de palos y tejas.
En esta región montañosa hasta el último ápice, conviven cuatro grupos indígenas: amuzgos, chatinos, zapotecos y mixtecos, guardianes de los secretos ocultos por la niebla, testigos de la fiereza de su clima y herederos de la bonanza de su tierra. Ni la Conquista ni la República y mucho menos la marginación acabaron con sus costumbres, tradiciones ni lengua. Han sobrevivido milenios.
En el año 2015, con los últimos datos disponibles a nivel regional, el 86 por ciento de los 336 mil 421 habitantes de la Sierra Sur vivían en pobreza, así lo detalla la Coordinación General del Comité Estatal de Planeación para el Desarrollo de Oaxaca (Coplade). El 9 por ciento de la población de la Sierra Sur de 3 a 14 años no asistía a la escuela y el 13 por ciento de la población de 6 a 14 años no sabía leer ni escribir, detalla el análisis que se basa en la Encuesta Intercensal 2015 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
En la Sierra Sur de Oaxaca los niños caminan descalzos a pesar del frío, que multiplica el dolor que les causan las pequeñas piedras al clavarse en la planta de sus pies. Los pantalones remendados apenas cubren la piel de sus flacas piernas. Aquí, donde el kilo de maíz se vende a 50 centavos de dólar -que no alcanza ni para medio litro de leche-, se siembra amapola y marihuana para mitigar el hambre.
Ni el maíz ni el frijol, con la producción de autoconsumo, o el café, acaban con la marginación de los 70 municipios que integran la Sierra Sur. La producción forestal queda a deber a pesar de la riqueza que posee, sobre todo si se compara con los municipios de la región de la Sierra Norte de Oaxaca, que se organizaron para aprovechar los recursos de sus bosques.
La pobreza se acrecienta con las disputas territoriales -como las cataloga el Gobierno del Estado de Oaxaca- que convergen en la zona; en 2021 en un solo ataque asesinaron a siete campesinos. La justicia del Estado no llega a esta región con sistemas montañosos inaccesibles, que se divide en cuatro distritos: Putla, Sola de Vega, Miahuatlán y Yautepec, cada uno con su idiosincrasia, tradiciones y costumbres.
Florece amapola en la Sierra Sur
La amapola prolifera en la Sierra Sur de Oaxaca. Los campesinos acompañan por meses a sus plantas mientras crecen en las montañas, saben que la recompensa económica es grande. De acuerdo con la organización Noria Research, un kilo de goma de opio, que se extrae de la amapola, vale de 400 a mil dólares.
La organización México Unido Contra la Delincuencia (MUCD) revela que en Oaxaca se destruyeron tres mil 786 hectáreas de sembradíos de amapola de 2015 a 2020, lo que convierte a la entidad en la sexta a nivel nacional por erradicación -y por lo tanto presencia- de esta droga. MUCD posee una base de datos con información de la Secretaría de la Defensa Nacional, Secretaría de Marina, Guardia Nacional y la extinta Policía Federal, que abarca desde 1990 a 2020.
La presencia de los cárteles Jalisco Nueva Generación, del Golfo y de los Zetas en Oaxaca, ha sido reconocida en varias ocasiones por el Gobierno del Estado, aunque siempre asegurando que solo se trata de pequeñas células. A decir de los protagonistas, los que siembran, los campesinos de Oaxaca, es un secreto a voces que la presencia del crimen organizado es mayor de lo que se reconoce, sobre todo en las regiones de la Costa, Cuenca, Istmo, Sierra Sur y Norte.
Que Oaxaca ocupa el sexto lugar nacional por erradicación de amapola en México lo refuerza el documento de investigación llamado México, Monitoreo de Plantíos de Amapola 2018–2019 de la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito, donde se detalla que la amapola se siembra principalmente en seis estados: Sinaloa, Chihuahua, Durango, Nayarit, Guerrero y Oaxaca.
La base de datos de MUCD evidencia que de 2015 a 2020 fueron erradicadas en todo México 125 mil 772 hectáreas de amapola, de las cuales, 35 mil 175 se localizaron en Guerrero, 30 mil 779 en Durango, 29 mil 594 en Chihuahua, seis mil 695 en Nayarit y tres mil 789 en Oaxaca.
San Carlos Yautepec es un municipio conocido entre los oaxaqueños como productor de amapola. Estadísticamente hablando, en este municipio ubicado en la Sierra Sur se erradicó el 20 por ciento del total de hectáreas de amapola identificadas en Oaxaca, lo que representa 784 hectáreas. Solo en el 2020 se erradicaron en Oaxaca 57 hectáreas de amapola; 42 se encontraron en esta demarcación, de acuerdo con la base de datos de MUCD.
También se detalla que de los 10 municipios con más hectáreas erradicadas de amapola en Oaxaca de 2015 a 2020, seis se ubican en la Sierra Sur: San Carlos Yautepec, Santa María Quiegolani, San Juan Ozolotepec, San Mateo Yucutindoo, Santa Catarina Quioquitani y San Francisco Ozolotepec, que suman mil 628 hectáreas, lo que representa el 43 por ciento del total erradicado en el periodo.
La amapola es un cultivo preponderante en la Sierra Sur de Oaxaca, que con su llegada se convirtió en un recurso de los campesinos para combatir el hambre y la miseria, pero también trajo eventos colaterales no deseados: el incremento de la violencia.
La memoria de un sembrador encarcelado
Miahuatlán de Porfirio Díaz es la puerta a la Sierra Sur, desde aquí la niebla que domina lo más alto de las montañas es visible. Aquí también se encuentra recluido Manuel, en una de las dos prisiones que alberga la pequeña ciudad de apenas 50 mil habitantes.
Manuel fue un sembrador de amapola que nació, creció y vivió en Santiago Textitlán, uno de los tantos municipios de la Sierra Sur de Oaxaca. Ha pasado 18 años recluido en el penal desde donde observa sin cansancio, día tras día, las montañas: detrás de una de ellas se encuentra su tierra.
En 2020, cuatro mil 729 personas, de los cuatro mil 930 habitantes de Santiago Textitlán, vivían en pobreza, de los cuales dos mil 291 padecían pobreza extrema y dos mil 438 pobreza moderada, según lo revela la Secretaría de Bienestar. Además, 145 personas eran vulnerables por carencia social y 47 por ingresos. Solo 10 personas eran consideradas no pobres y no vulnerables en esta población.
La primera vez que Manuel vio al Ejército era un niño. Fue entonces cuando también el olor de la marihuana llegó a sus pulmones. Lo quemaron todo y el campesino, dueño del sembradío, fue asesinado. Seis personas más resultaron lesionadas. Pasaron muchos años para que el Ejército regresara a este municipio de la Sierra Sur de Oaxaca. Son cuatro horas de camino desde la ciudad de Oaxaca, suponiendo que la brecha esté en buenas condiciones.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Santiago Textitlán es de 0.480, de acuerdo con el INEGI, si fuera un país, contaría con el IDH 170 a nivel mundial, de 194. Este índice mide el grado de progreso de un país y se basa en tres aspectos: una vida larga y saludable, el nivel de conocimientos de la población y un nivel de vida decoroso.
En este municipio de Oaxaca, como en muchos otros, no se garantiza una vida larga y saludable y mucho menos un nivel de vida decoroso. Y como muestra está el conflicto agrario, o al menos así lo denominan las autoridades estatales, que sostiene la cabecera municipal, Santiago Textitlán, con una de sus comunidades, Xochiltepec. Mismo que en años recientes ha dejado dos muertos y varias familias desplazadas.
En julio de 2021 y como falta de respuesta por parte de las autoridades a este conflicto agrario y de reparto de recursos federales, 20 elementos de la Guardia Nacional, 10 policías estatales y 14 agentes de la Fiscalía General del Estado de Oaxaca fueron retenidos por pobladores de la cabecera municipal. Tras 72 horas fueron liberados luego de la intervención de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca (DDHPO).
El paisaje de Textitlán ha cambiado desde los años 90, cuando Manuel inició sus andanzas en la siembra de marihuana y amapola. El cascarón de la población se renovó y las casas que antes eran de madera y tejas ahora son de concreto. Pero la pobreza sigue ahí, los conflictos están presentes y el hartazgo social es insostenible.
La memoria de Manuel está intacta y nada ha cambiado desde entonces, ni la siembra de amapola ni las necesidades básicas que no se cumplen, y que revelan la ineficiencia del Estado mexicano para otorgar los servicios sociales a la población. El campesino pobre cumple su condena, mientras los narcos, los ricos, los que acaparan la cosecha de los sembradores y la distribuyen a los consumidores, gozan de libertad.
Dominación a partir del conflicto
Dicen que no hay pueblo de la Sierra Sur en donde no haya presencia de huérfanos o viudas a causa de los llamados conflictos agrarios, esos que se disputan entre los pequeños países, debido a sus diferencias culturales, ideológicas e inclusive lengua, que conforman cada uno de los 570 municipios de Oaxaca.
Para Heriberto Ruiz Ponce, profesor investigador del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (IISUABJO), en el caso de los pueblos originarios o indígenas de América Latina, se observa un desarrollo cultural autónomo de al menos 7 mil años, que tratan de ensamblar, como si de un rompecabezas se tratara, con la Conquista.
Con la llegada de los españoles, se alientan conflictos ya existentes entre diferentes culturas mesoamericanas, con el objetivo de lograr la dominación. “Hernán Cortés instituyó el modelo de dominación a partir del conflicto”, apunta el investigador.
En el primer siglo de dominación española, el modelo de Cortés se instauró en lo que hoy conocemos como Oaxaca, “no hay registros previos de este modelo de dominación, España nos mostró cómo dominar dividiendo”, destaca Ruiz Ponce.
A pesar de la riqueza cultural de los pueblos originarios de Oaxaca, este modelo de dominación generó miseria y hambre. El desarrollo económico a estas pequeñas naciones nunca ha llegado, principalmente porque así conviene a los intereses del modelo.
Una de las respuestas, no tan promovidas, para combatir la pobreza en la región es la siembra de drogas, tanto que la Sierra Sur cuenta con el municipio con el mayor productor de drogas de Oaxaca, San Carlos Yautepec.
“En algunas regiones de México los campesinos suelen decir, cuando sembramos frijol, el kilogramo, el acaparador nos lo compra en un cuarto de dolar, y si siembro marihuana, la seco y la empaqueto, el acaparador me la paga en 175 dólares el kilo, es una cuestión de oferta y demanda”, señala el investigador de la UABJO.
En este clima de miseria y conflictividad, la siembra de drogas en los municipios de la Sierra Sur se ha convertido en un arma de doble filo: deja recursos económicos a los habitantes de la zona, pero llena la región de armas de fuego de alto poder, lo que incrementa el conflicto y ocasiona enfrentamientos en donde ni el propio Ejército interviene.
“Si hemos establecido aquí, que hay un abandono de los gobiernos o del Estado Mexicano a muchas regiones, es válido como hipótesis el plantear la posibilidad de que la siembra de sustancias ilegales es la única forma que tienen de sobrevivir muchas familias”, destaca Ruiz Ponce.
Ataques disfrazados de conflictos sociales
Con ráfagas fueron asesinados 11 hombres y dos mujeres el 16 de julio de 2018 en el distrito de Yautepec, todos originarios de la comunidad de Santa María Ecatepec. Los atacantes eran originarios de San Lucas Ixcotepec, eran vecinos.
Hasta el momento nada se sabe de los responsables de este ataque y ningún tipo de autoridad estatal o federal se acercan a esta zona. Los conflictos agrarios, entre Ecatepec e Ixcotepec, en donde se disputan tres mil 360 hectáreas de tierra, llevan décadas y las soluciones cada vez son más lejanas.
El 8 de noviembre de 2019 en el municipio de San Vicente Coatlán, en la Sierra Sur, cinco elementos de la Policía Estatal fueron asesinados mientras patrullaban. Hasta hoy, no existen indicios de los asesinos ni mucho menos se conocen las causas del ataque. En la emboscada se utilizaron armas de alto poder, por lo que los elementos policiacos no repelieron la agresión.
El 23 de abril del 2021, en la ranchería de El Guayabo, municipio de Sola de Vega, también en la región Sierra Sur de Oaxaca, un grupo armado asesinó a cinco personas, hiriendo a tres más. Durante 30 horas, los cuerpos de los cinco campesinos permanecieron abandonados a su suerte. El mismo grupo asesinó a dos personas en la comunidad vecina, Santa María Sola.
El ataque fue catalogado por la Secretaría General de Gobierno de Oaxaca como un conflicto agrario, y en todo momento negó la existencia de un grupo armado en la zona, a pesar de las denuncias de los campesinos, quienes enterraron a sus muertos hasta el 25 de abril, ya que las hostilidades continuaban en la zona.
San Vicente Coatlán enfrenta un conflicto agrario histórico con su vecino, Sola de Vega, el cual también es causa de enfrentamientos, asesinatos y personas desplazadas. Apenas el 7 de febrero de 2022 un incendio forestal fue presuntamente provocado en los terrenos disputados. Los brigadistas de la Comisión Estatal Forestal no llegaron a la zona, pues escucharon detonaciones de arma de fuego y prefirieron retirarse.
El común denominador de estos enfrentamientos es la omisión de las autoridades para prevenirlos y aplicar la justicia. El Gobierno del Estado se escuda en los conflictos agrarios, para el Gobierno Federal la situación de violencia no existe y las autoridades municipales, en su mayoría de usos y costumbres, son superadas por la situación.
Manuel no pregunta cuánto dinero recibe su padre por esta cosecha. Basta que le dé para comer y lo vista. Desde los seis años cuida las plantas, pero comprendió su valor económico hasta los 15, cuando sembró su primer plantío de marihuana y después de amapola. El verdadero precio lo paga con su vida, en la cárcel, desde hace 18 años.
–Aquí tienes tu pago –le dice El Patrón a Eusebio, el padre de Manuel. Es la primera vez que tiene en sus manos tantos billetes. Los ojos del campesino se abren ante la sorpresa; es el primer pago que recibe. El maíz y el frijol solo le dan para el consumo personal y unas cuantas monedas.
El olor que desprende el ocote al quemarse inunda la habitación de madera y tejas, donde el pago se realiza. Afuera, los árboles reciben el impacto de la brisa y la niebla devora la noche. La falta de alimentos, vestido y esperanza son las mayores dificultades para los campesinos del municipio de Santiago Textitlán, en la Sierra Sur de Oaxaca.
Manuel se estira para ver lo que sucede entre El Patrón y su padre. El niño no asiste a la escuela desde hace tiempo, ni el tiempo, por el trabajo, ni el dinero le alcanzan a su padre para enviarlo. El frío traspasa con facilidad su camisa rota. Es medio metro más bajo que su padre, Eusebio, quien es su maestro y amigo. La sombra de su padre deja a Manuel en la oscuridad. Por la falta de alimentos es delgado; con la piel hasta los huesos y los ojos hundidos, sólo escucha.
–Mientras trabajes duro y me vendas toda tu cosecha a mí, no tendrás problemas –le dijo El Patrón a Eusebio. Alto, con una barriga pocas veces vista en la gente del pueblo debido a la pobre alimentación, vestido de pantalones vaqueros, camisa a cuadros y sombrero, El Patrón amedrenta. Sobre su pantalón sobresale una pistola.
El Patrón sale de la choza. Sube al caballo que resiente el peso. Mira de reojo a Eusebio, quien desde la puerta lo despide con la mirada. Avanza victorioso en la vereda. No hay nadie que rivalice con su poder en el distrito de Sola de Vega. Inicia la década de los noventas y los grandes cárteles de la droga aún no llegan a la Sierra Sur de Oaxaca.
Después de tres años en la ciudad de México, Martín regresó a San Miguel Coatlán. Abandonó un cuarto austero alquilado en Milpa Alta. En su mochila llevaba un par de pantalones, tres camisas y una pistola Ingram MAC–10 con silenciador que había robado en un refugio en San Francisco Tecoxpa.
Se fue de su pueblo a finales de la década de los noventa, cuando tenía quince años. Durante ese tiempo trabajó en lo que pudo: acomodó coches en periférico norte, cargó bultos en la central de abastos, probó la hierba que su padre sembró en la sierra oaxaqueña. Prometió a su viejo conocer el mundo y migró al centro del país siendo casi un niño.
Alto, moreno, fornido, fue perdiendo la inocencia en la gran ciudad. Se hizo halcón cuando en México no se sabía lo que eso significaba. Y antes de los 18 era un peleador callejero consumado. Sus trabajos de juventud no tenían como límite la legalidad.
Decidió regresar a su pueblo por una dosis de venganza que él creía necesaria: su familia por varias generaciones fue explotada por caciques; su padre perdió la salud en los sembradíos; creció viendo a las mujeres y los niños sembrar y cosechar marihuana y amapola.
–El viejo cacique se enriqueció y no nos dejó nada, ni escuelas ni casas ni un pinche centro de salud digno. Prefirió gastarse la lana en patrocinar campañas de políticos, se hizo rico a costa de los más jodidos, con la fuerza de las armas –se repetía Martín una y otra vez, cuando volvía a los coatlanes.
Por semanas planeó el golpe. Se juntó con dos viejos amigos del pueblo desprovistos de armas. Su plan era simple: robar el dinero de un cargamento que el cacique había vendido. Trepar a la cima de la cadena alimenticia en una tierra donde el plomo era ley.
El asalto fue sencillo. Con el territorio controlado, el patrón no esperaba traiciones. Martín y uno de sus cómplices amagó a dos empleados que resguardaban con recelo el dinero de la venta de la droga en una mochila, mientras el otro esperaba en una vieja camioneta, listo para huir.
El botín fue de 150 mil pesos. Al chofer, improvisado, le tocaron 30 mil, y entre Martín y su otro amigo se repartieron 60 mil cada uno. Con su parte del dinero robado, Martín se compró un terreno al pie del cerro, un caballo y el arma de sus sueños: una Mauser C96, la pistola semiautomática que él había visto en revistas en la Ciudad de México como el arma favorita de los gánsteres londinenses.
El dinero robado también le sirvió a Martín para empezar su propio negocio de amapolero. Con su padre aprendió el uso de la tierra, pero en la ciudad entendió que sembrar y cosechar no era lo importante para hacer dinero. Empezó con estrategias de comercialización rústicas, pero efectivas. Bestias del campo con cargamento de goma y marihuana llevaban las drogas en cajas de huevo desde la Sierra Sur hasta la Mixteca oaxaqueña, caminado siete horas por caminos pedregosos, burlando cercos de policías comunitarios. Ahí, la cosecha era vaciada en camiones a un intermediario directo. Igual que él, otros campesinos seguían su método “por la libre”.
Al robo de Martín le siguieron otros. El viejo cacique contrató sicarios de estados del norte y occidente de México para defender su feudo. La rapacería a las siembras de opio y marihuana provocaron los primeros enfrentamientos hace más de dos décadas en la Sierra Sur por la disputa del territorio.
El sembrador de flores amarillas
Con la voz quebrada y los ojos cristalinos, Manuel recuerda a su esposa e hijos.
—Me visitan cada 15 días, no me olvidan—. El muro que se eleva seis metros y que rodea la edificación, le impide observar el horizonte, el tamaño de su mundo se reduce a 200 metros cuadrados. Tras él, Alfredo, su inseparable compañero desde hace un año, le da unas palmadas en la espalda.
Alfredo cuenta el relato de un viaje que realizó hace siete años. Manuel se sorprende…
Las llantas de la Urvan batallaban contra las rocas y las piedras. Se dirigían a la comunidad de El Frijol Textitlán. En el interior del vehículo los pasajeros rebotaban en los asientos. A través del vidrio embarrado de lodo y hojas, observaban los frondosos árboles. En un claro, un cultivo sobresalía. Las flores rojas que brotaban de las plantas hipnotizaban.
—Qué plantas son esas— le preguntó Alfredo a Jaime, su acompañante en aquel viaje. El sembradío abarcaba gran parte de una loma, justo frente a la carretera. En el amanecer, con los primeros rayos del sol, sus flores brillaban.
Ni Alfredo ni Jaime conocían la comunidad de El Frijol, que pertenece a Santiago Textitlán, en la Sierra Sur de Oaxaca. Eran músicos y ante la falta de trabajo, por un contrato para tocar en un baile habrían ido al infierno si se los pidieran.
Jaime entrecerró los ojos buscando detalles del sembradío, tratando de descubrir de qué especie se trataba. Mientras la Urvan avanzaba, y aparecían más cultivos de la misteriosa planta.
En el asiento detrás de ellos, un anciano escuchaba atento la plática. Ante el desconocimiento de Jaime, disimulaba una sonrisa cada vez que los viajeros hablaban.
—Es amapola hijos— les dijo con total serenidad. Ninguno de los dos alcanzaba los 30 años. Conocían la fama de esta región como productora de marihuana y amapola. Se sorprendieron de que los sembradíos estuvieran a la vista de cualquiera.
Era 2015 y las quemas de las flores de amapola que vendrían dos años después, ni se sospechaban. Aunque la Guerra contra el Narcotráfico llevaba casi una década en México, que inició en 2006, cuando el presidente Felipe Calderón ordenó a los militares combatir a los cárteles de la droga, las plantas de la comunidad de El Frijol estaban a salvo, por ahora.
Alfredo y Jaime llegaron al pueblo sin contratiempos y así se fueron. Les cautivó la amabilidad de la gente y la tranquilidad de la población. Nunca más volvieron.
Manuel escucha atento el relato de Alfredo. Se sorprende al saber que su compañero de cárcel conoce su tierra. Imagina los paisajes pintados de rojo de El Frijol.
Es junio de 2022. Manuel observa orgulloso su pequeño huerto en prisión, un verdadero lujo para sobrellevar el encierro, un plantío que mide apenas un metro por tres. De la tierra húmeda de la cárcel brota cempasúchil, cosecha flores amarillas para ofrendarlas a los muertos.
Pronto acabará la hora de visita. El sembrador de flores ve de reojo la torre de vigilancia, toda la plática observó a los lados. No quiere curiosos. Es momento de volver a la celda del penal donde ha pasado 18 años de su vida.
Ilustraciones: Antonio MundacaEste reportaje forma parte del proyecto, Amapola en Oaxaca: Sembradores en la niebla que fue realizado con el apoyo de la Fundación Gabo y la Open Society Foundations, gracias al Fondo para investigaciones y nuevas narrativas sobre drogas (FINND).
Artículo publicado en la Revista POLIGRAFO, Política Gráfica Objetiva.